La Trampa

Crónicas / por Hans Schulz

El primer des-encuentro. Escribe Hans Schulz una reflexión sobre el Día de la Diversidad Cultural, para su sección Crónicas. Ilustración Ailin Schulz Jones, del libro “Patagonia fromthe archives” (2018)

Ilustración AilinSchulz Jones

El contexto

El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón, al mando de una flota al servicio de la Corona de Castilla, desembarcó en una isla del Caribe a la que llamó San Salvador. Era la primera vez que navegantes y exploradores europeos llegaban a América. Comenzó entonces para los originarios la larga noche del desencuentro y del despojo. En Patagonia es la “invernada” de San Julián, en el año 1520, la que marca la llegada de los europeos a la región. Los meses de inacción de San Julián fueron escenario de profundos desacuerdos entre los integrantes de la flota que se resolvieron a horca, hacha y destierro. Las incertidumbres de la tardía Edad Media dieron lugar así a imprevisibles reyertas colonialistas que se expresaron en forma de espanto anticipando la cruel conquista del continente.

Doscientos treinta y nueve tripulantes en una flota de cinco naves españolasal mando de Hernando de Magallanes habían partido del Puerto español de San Lucar de Barrameda en septiembre 1519. Arribaron a la Bahía de San Julián en Patagonia a fines de marzo de 1510. Durante la estadía la “Santiago” se perdió en la boca del río Santa Cruz y navegando hacía el estrecho desertó la “San Antonio”. Las tres naves restantes lo cruzaron en noviembre uniendo el Océano Atlántico con el Pacífico por primera vez. Al estrecho el explorador portugués lo llamó “De todos los Santos”, su cronista Pigafetta “de la Patagonia” y, el piloto genovés Leone Pancaldo, “Estrecho de la Victoria”. Una sola nave con 18 marineros arribará finalmente a España en septiembre de 1522. Otros doce, presos en las islas de Cabo Verde, arribarán unas semanas después y, otros cinco sobrevivientes de la nave “Trinidad”, tres años después. Dos de ellos, Gomes de Spinoza y Ginés de Mafra, escribirán luego sus propias narrativas. Será la primera circunnavegación del planeta y un historiador francés interpretará el acontecimiento como el último paso hacía el “fin de la humanidades dispersas”.

Los que siguieron a Magallanes fueron corsarios ingleses y holandeses, entre ellos Francis Drake, Cavendish y Van Noort. En el extremo sur de la Patagonia todos ellos tuvieron encuentros y desencuentros con los originarios y los relataron desde sus propias perspectivas, publicándolas a su regreso a Europa en forma de crónicas.

En los archivos españoles, la meticulosa burocracia española dejó descripciones precisas del viaje basadas en los interrogatorios a los marineros sobrevivientes de la Victoria, los desertores de la San Antonio, que también habían presenciado las ejecuciones en San Julián, y los pocos sobrevivientes de la Trinidad. MaximilianusTransylvanus, secretario del emperador, que participó en los interrogatorios, fue el primero en publicar un libro en 1523 y el supernumerario Antonio Pigafetta, que navegó con la flota de Magallanes, escribió su propia crónica de la experiencia que comenzó a circular en Europa después de 1525. A medida que pasaron los años estos dos relatos se convirtieron en las versiones oficiales de la primera circunnavegación de la tierra.

Magallanes entró al estrecho el día de todos los Santos y así lo llamó. Y como bajo los preceptos de la fe Cristiana esta fecha se refiere a todos los santos, conocidos y desconocidos, dediquemos este breve ensayo a todos los originarios sin nombre que murieron en el encuentro y en el mar,a los africanos esclavos que ya navegaban en las flotas y también a todos los empobrecidos y desesperados marineros europeos que no tuvieron otra opción que abandonar la opresiva Europa en búsqueda de un mejor futuro cayendo presos de las circunstancias de un tiempo despiadado y sin compasión. En alusión a la fecha he aquí entonces una narración extraída de una de las crónicas sobre el primero de estos desencuentros que sucedió sobre la desolada costa del mar austral. La titulamos “La trampa”, un concepto que delata las intencionalidades europeas frente a aquellos que, en las representaciones de la época, eran vistos como “salvajes”.

La Trampa
Invierno 1520

A fines de marzo de 1520 la flota de Magallanes llegó a la Bahía de San Julián para pasar el invierno donde, según Pigafetta, "permanecieron dos meses enteros sin ver a nadie". El comentario confirma la investigación etnográfica que establece que los Tehuelches pasaban el verano y principios del otoño en las mesetas patagónicas cerca de las montañas y el invierno en las costas del océano. En el invierno de 1520 algunos de ellos se encontrarían con otra tribu humana de origen desconocido que había llegado desde el mar. La historia del encuentro escrita por los europeos circuló profusamente por Europa a lo largo del siglo XVI y es conocida por muchos de los habitantes de la Patagonia y por todos aquellos que se interesan por la etnografía del sur del continente.

“Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca”, escribe Pigafetta. “Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo.

Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel.

Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro.”

Los primeros encuentros, como escribe el cronista, fueron pacíficos y los europeos y los nativos intercambiaron carne y artefactos inútiles como campanas, un peine y un espejo, artefactos que los segundos nunca habían visto antes. La curiosidad y la buena predisposición también atrajeron a los originarios a las naves “De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera. El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante, que no tenía la menor idea de este objeto y que sin duda por vez primera veía su figura, retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos granos de cuentas; en seguida se le condujo a tierra, haciéndole acompañar de cuatro hombres bien armados. Su compañero, que no había querido subir a bordo, viéndolo de regreso en tierra, corrió a advertir y llamar a los otros, que, notando que nuestra gente armada se acercaba hacia ellos, se ordenaron en fila, estando sin armas y casi desnudos, dando principio inmediatamente a su baile y canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para damos a entender que nos consideraban como seres descendidos de lo alto, señalándonos al mismo tiempo un polvo blanco que tenían en marmitas de greda, que nos lo ofrecieron, pues no tenían otra cosa que damos de comer.”

Los nuestros les invitaron por señales a que viniesen a las naves, indicándoles que les ayudarían a llevar lo que quisiesen tomar consigo. Y en efecto vinieron; pero los hombres, que sólo conservaban el arco y las flechas, hacían llevar todo por sus mujeres, como si hubieran sido bestias de carga. Las mujeres no son tan grandes como los hombres, pero en cambio son más gruesas. Sus pechos colgantes tienen más de un pie de largo. Se pintan y visten de la misma manera que sus maridos, pero usan una piel delgada que les cubre sus partes naturales. Y aunque a nuestros ojos distaban enormemente de ser bellas, sin embargo sus maridos parecían muy celosos. (…)

Seis días después, algunos de nuestros marineros ocupados en recoger leña para el consumo de la escuadra, vieron otro gigante vestido como los de que nos acabábamos de separar, armado igualmente de arco y flechas. Al aproximarse a ellos, se tocaba la cabeza y el cuerpo y en seguida levantaba las manos al cielo, gestos que los nuestros imitaron; y habiendo sido advertido de ello el comandante en jefe, despachó el esquife a tierra para conducirle al islote que existía en el puerto, donde se había hecho una casa para establecer una fragua y un depósito de mercaderías. Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas en la arena. Pasó algunos días en nuestra compañía, habiéndole enseñado a pronunciar el nombre de Jesús, la oración dominical, etc., lo que logró ejecutar tan bien como nosotros, aunque con voz muy recia.Al fin le bautizamos dándole el nombre de Juan. El comandante le regaló una camisa, una chupa, pantalones de paño, un gorro, un espejo, un peine, cascabeles y otras bagatelas, regresando entre los suyos al parecer muy contento de nosotros. Al día siguiente obsequió al capitán uno de esos grandes animales de que hemos hablado, recibiendo en cambio otros presentes a fin de que nos trajese aún algunos más; pero desde ese día no le volvimos a ver y aun sospechamos que le hubiesen muerto sus camaradas por lo que se había ligado a los nuestros.”

En su relato, Maximilianus, también describe los difíciles encuentros entre europeos y americanos y cuenta que en una de las expediciones al interior apresaron a un gigante que una vez cautivo en una de las naves se dejó morir por autoimpuesta inanición “de acuerdo a los hábitos de aquellos indios, por nostalgia a su hogar”. Como los europeos estaban deseosos de llevar una “muestra étnica” de aquellos futuros parajes del imperio a su rey en EspañaMagallanes envía una nueva expedición al interior que regresó sin resultados. Sin embargo la curiosidad y las posibilidades de nuevos intercambios atrajeron a otro grupo de Tehuelches a las playas de San Julián. Esta vez el desenlace será trágico. Pigafetta, testigo privilegiado de lo sucedido, lo relata con preciosos detalles.

“Al cabo de quince días vimos venir hacia nosotros cuatro de estos hombres, y aunque se presentaron sin armas, supimos en seguida por dos de ellos que apresamos que las habían ocultado entre los arbustos: todos estaban pintados, pero de maneras diversas. Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante el viaje y aun a España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza, usó del artificio siguiente: dioles gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos llenas; en seguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones, y cuando vio que deseaban mucho poseerlos (porque les gusta muchísimo el hierro) y que por lo demás no podían tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas a fin de que les fuera más fácil llevárselos: consintieron en ello y entonces nuestros hombres les aplicaron las argollas de hierro, cerrando los anillos de manera que se encontraron encadenados. Tan pronto como notaron la superchería, se pusieron furiosos, soplando, aullando e invocando a Setebos, que es su demonio principal, para que viniese a socorrerles.

No contento con tener a estos hombres, el capitán deseaba también llevar a Europa las mujeres de esta raza de gigantes: a este efecto ordenó apresar a los dos restantes para obligarles a que condujesen a los nuestros al sitio en que se hallaban aquéllas; habiendo nueve de nuestros hombres más fuertes bastado apenas para arrojarlos al suelo y atarlos, y aun el uno de ellos lograba desatarse, en tanto que el otro hacía tan violentos esfuerzos que nuestros hombres le hirieron ligeramente en la cabeza, obligándole al fin a conducirles donde se hallaban las mujeres de nuestros dos prisioneros, las cuales, habiendo sabido lo que había acontecido a sus maridos, lanzaron tan fuertes gritos que las oíamos desde muy lejos. Juan Carvallo, piloto, que mandaba los nuestros, viendo que era tarde, no se cuidó de echar mano a la mujer cerca de la cual había sido conducido, sino que se quedó allí de guardia toda la noche.
Durante esto, llegaron dos hombres más, que, sin manifestar descontento ni sorpresa, pasaron el resto de la noche con ellos; pero al aclarar el día, habiendo dicho algunas palabras a las mujeres, en un instante, emprendieron todos la fuga, hombres, mujeres y niños que corrían aún más ligero que los otros, abandonándonos su cabaña y todo lo que contenía. Sin embargo, uno de los hombres logró soltar los animalillos que les servían para cazar, y otro, oculto en un matorral, hirió en un muslo con una flecha envenenada a uno de los nuestros, que murió poco después. Aunque los nuestros hicieron fuego sobre los fugitivos, no lograron atraparlos, porque no corrían jamás en línea recta sino que saltaban de un lado y de otro y marchaban tan ligeros como un caballo a escape. Los nuestros quemaron la choza de estos salvajes y enterraron al muerto. (…) Nuestro capitán dio a este pueblo el nombre de Patagones. En este puerto, el cual pusimos el nombre de San Julián, gastamos cinco meses, durante los cuales no nos acontecieron más accidentes que aquellos de que vengo de hablar.”

Muerte en el mar
Verano 1521

Después de plantar una cruz en el "Monte de Cristo" como una señal de que ese país pertenecía al Rey de España, la flota de cuatro barcos partió de Puerto San Julián en agosto llevándose alos dos originarios cautivos hacia un destino incierto. A la crueldad del secuestro le sumaron el aislamiento en barcos separados. Pigafetta, actuando como etnógrafo aficionado, relata que conversó sobre sus costumbres con el que estaba a bordo de la Victoria y recordó cómo había pedido una cruz para abrazarla y besarla con el deseo de convertirse en cristiano antes de su muerte. ¿Qué más podía hacer? Escribió que lo habían llamado Pablo y que escuchándolo pudo escribir un breve vocabulario de su idioma que agregó a su relato. Con respecto al nombre que le dieron a los habitantes de aquella tierra escribió: "El capitán nombró a este tipo de personas Patagón, gente que no tiene casas sino chozas hechas con las pieles de los animales con los que se visten, yendo de aquí para allá con esas chozas, como los gitanos”. Fue la primera designación europea de aquellos“gigantes” que prevaleció con el tiempo.

El 21 de octubre de 1520, el día de las Once mil Vírgenes, llegaron al cabo que los guio al Estrecho. Ese fue el momento en que San Antonio desertó llevando a bordo a "uno de los dos gigantes mencionados que habíamos tomado, que cuando sintió el calor murió". Con respecto al destino del segundo de los cautivos Pigafetta escribe que “el miércoles 28 de noviembre de 1520 salimos de dicho estrecho y entramos en el mar Pacífico, donde permanecimos tres meses y veinte días sin tomar provisiones u otros refrescos (...), y así sufrieron tantos, que diecinueve murieron, y el otro gigante, y un indio del condado de Brasil ".

Los europeos habían descubierto un nuevo pasaje para el comercio, la conquista y la colonización global. Sin embargo, para los habitantes originarios de la Patagonia, el primer encuentro con los europeos en aquel fatídico invierno de 1520 no fue presagio de buen futuro.

 

 

 

 

 

 

18 octubre, 2019
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